El que vino del frío...


Era un verano más en el chalet Buen Aire, en los ásperos campos leoneses regados por el caudaloso Arroyo Bustillo. Un verano como otro cualquiera. De días plomizos y noches de “rebequita”. Ese día, como toda esa semana, tocaba seguir con la recolecta de las Golden. Se acercaban ya a 3 toneladas, que junto con las Claudias… garantizarían un invierno más sin visitas frecuentes a la frutería y algo más habituales al baño de casa.
No se esperaba ninguna visita esa tarde, aunque en el ambiente flotaba que, como cada tarde… algún paseante vespertino abriría la reja de la entrada para pedir algún libro, degustar las moras rojas o recordar tiempos de Mariquita Pérez y gaseosa Pitusa.
Huían ya los grajos hacia el arroyo buscando refugio y dejaban de tronar las “mascletás” espantapájaros de la tierra de al lado cuando, como cada tarde… sonó el pestillo al final del caminito. Este verano, el abuelo se llevaba casi diariamente la porra sobre el visitante de la tarde. Pero aquella tarde de Agosto, iba a perder el eurillo apostado.
No escuchó la puerta (el Sonotone dichoso… nunca funcionó como debía), pero la vista, que conserva a las 1000 maravillas, no le falló tampoco ese día y pudo esbozar la silueta de una mujer a manos de un coche blanco de tamaño, más bien pequeño. Pensó que tenía que ser alguien de fuera, porque allí en “Calabuey”, se usan más las 2 patas que las 4 ruedas. Y al instante cayó en un detalle revelador. Esa matrícula que comenzaba por “S” solo podía ser del coche de su hija la cántabra. Intentando reponerse de la sorpresa, con el cachito de chorizo atragantado… observó con asombro que no venía sola, y que aquel acompañante no tenía pinta de jesuita, ni de físico atómico. Se asemejaba más a Radchenco, ese delantero del Racing, que hacía 2 días nos había hecho un estropicio en el Bernabéu. Se veía venir que ese verano no iba a ser como otros tantos veranos, y que esta visita no se iba a despachar con un culín de lomo de la caja de los embutidos ni con las patatillas que quedaban cerradas con una pinza en la despensa.
Bajaron del coche la catedrática y el rubito de ojos azules. La cara cambió poco a poco de “cara de sorpresa” a “espero que puedas explicar todo esto a tu padre”. En casa no se solían dar demasiadas explicaciones (quizá porque la amenaza del cinturón era demasiado real), así que el comportamiento habitual era el “correcto” en una familia numerosa de posguerra.
Pero, ¿cómo explicar entonces esa presencia de metro y medio de blancura invernal en el jardín de Buen Aire? ¿Demasiada relación con los extranjeros hospedados en Laredo? Pues, por difícil que pareciera… todo tenía su explicación. Y no era una excusa barata para evitar un reglazo en los nudillos. Esa pequeña fierecilla era Alexei, el niño ruso traído de la fría estepa para tener una mejor vida en la familia Carrera. Ahora sí que el chorizo acabó por atragantarse, provocando una de esos carraspeos que se dan cuando no se pueden disimular los nervios. Pero, contra todo pronóstico… Julián vio en el visitante de esa tarde, un chico avispado, pícaro, noble, con ganas de escuchar y aprender absolutamente todo lo que hacía años que el resto de sobrinos daban por oído.
Y ahí nació la alianza de Julián y “Julianín” (que conste que lo de Julianín son exigencias del guión, y el autor prefiere un “Juli” o “Julián” antes que el diminutivo). Jamás se ha visto una pareja más dispar y mejor compenetrada. Si Julián hace el hoyo, Juli pone el poste. Si uno pone la escalera, el otro se sube al árbol a por las ciruelas. Si uno come poco, el otro come menos. Si uno sube al coro, el otro no quiere ser menos. Y un largo etcétera que se repite cada verano desde entonces, y que ha hecho revivir Villacalabuey, Buen Aire a Julián y a Juli.
Hoy, ese pequeño que no sabía si era del Madrid o del Barça, si de Ronaldinho o de Ronaldo, si hablar en ruso o en español, si decir Tiza o Tifa… hace la Primera Comunión. Todas las noticias que llegan desde Radio Santander son las de un chico ansioso, pero ejemplar en los estudios. Impaciente para toda tarea, pero impecable en su realización. Serio como el que más, pero más cariñoso que ningún otro. Y en esta nueva etapa que comienza… estamos seguros de que seguirá siendo así. Un ejemplo a seguir en muchas cosas y con miles que aprender.
Sigue así: sonriendo, brincando, gritando, besando, gruñendo, sudando, hablando, estudiando, imitando a todo quisqui y queriendo como hasta ahora, que llegarás muy muy lejos. Mucho más que de donde viniste.

Para el que vino del frío… del que vive en un horno, jeje.

5 comentarios:

Unknown dijo...

Que bonito alvarito... No conozco a tu primo, ni a casi ninguno de los que hablas... pero me he emocionado al leerlo, se me han puesto los pelos de punta...

Como escribesss!!!!

Anónimo dijo...

Menudo regalo, Álvaro, para Julián por supuesto, pero para la familia entera también. Gracias, gracias. No tiene precio. Anun

Fati dijo...

Lo he leído y me he emocionado. Gracias! Es bonito lo que escribes, aunque la verdad es que ese día el abuelo sí sabía que llegábamos y estaba esperándonos con mucha ilusión en el porche.Ya sabes! para ver qué coches se acercan por la carretera. Por cierto! el día que llegamos (11 de agosto) hacía más frío en Calabuey que en Moscú. Pero lo describes todo con mucho corazón. La verdad es que tengo dos joyitas: una es Juli (tal cual lo describes)y otra eres tú, mi ahijado, que vales un montón para todo lo que te propongas (Informático-Telecomunicador)
Seguimos en contacto.

Aveli dijo...

¡Precioso, Álvaro. Un literato, de letra y de corazón! (Solo un detallín, y es recordar que los abuelos fueron los principales alentadores de que viniera Juli con nosotros)

adita dijo...

Qué bien escribes hijo! sobre todo cuando te sale del corazón. Lo único que no creo que el abuelo sepa lo que es la Mariquita Pérez y que le esperaba con toda la ilusión del mundo.Adita.